BUÑOL. Por el Barranco de Carcalín, hospitalidad inesperada


La ruta de este sábado discurría por Buñol. Mucho barranco, parajes muy agrestes de trepar sin bastones y bajar "con culo en tierra", algunos sitios en plan ruta del agua, con pozas que se supone fresquitas, etc.
La ruta, por la Sierra de la Cabrera tuvo como eje principal el Barranco de Carcalín ampliando además con el nacimiento del río Juanes.
Como yo paso de descripciones tipo "giraremos a la izquierda, en el tercer recodo del sendero, antes del ascenso, a la altura de las ruinas de una paridera antigua, que en el muro de poniente tiene una higuera silvestre, ...", voy a resumir las sensaciones importantes.
Tremendo calor que nos pasó factura en los kilómetros finales de la ruta. La distancia, unos 16 km, no era mucha, pero la temperatura, sobre todo en las zonas bajas de los barrancos, nos dejó especialmente preparados para las "claras" y otros refrescos que trasegamos en el bar del Parque San Luis, al llegar a los coches.
Pero lo importante, bueno, entrañable, positivo de la jornada no fue, ni de lejos, eso. Fue la magnífica hospitalidad que recibimos, pasado el barranco, de los dueños de una casa de monte. Lo cuento:
  • Buscábamos un lugar con sombra para almorzar.
  • Nos decidimos por una tapia, a la vera de una casa.
  • Empezamos a aposentarnos y se comenta: "Ahí hay un perro grande como un león". Era Jack, dogo argentino de 3 años.
  • Aparece un amable señor, Vicente, le preguntamos si podíamos sentarnos allí y nos dice que más adelante tendríamos mejor sitio.
  • Se refería a una especie de pérgola de obra, anexa a su casa, con mesa y sillas, sombra, buena brisa, etc. ¡Un lujo para el sufrido grupo senderista!
  • Acto seguido nosotros diciendo que no queríamos molestar y Vicente sacando más sillas y su señora, Balbina, que aparece con una bandeja con botellas de agua fresca y vasos.
  • Almuerzo de 4 estrellas con los anfitriones comentando con nosotros la ruta recorrida, la que faltaba, etc. Jack, muy manso pese a su corpulencia y aspecto, dejándose acariciar y posando para las fotos.
  • Aquello era como una especie de paraíso senderista. Pero no había acabado. Para rozar el éxtasis faltaba ¡Balbina con una cafetera y pastilla de chocolate negro, y Vicente con una botella de whisky!.
  • Vamos, que casi nos llegamos a plantear preguntarles a qué hora tenían la paella, para volver sobre nuestros pasos y aparecer otra vez por allí, como quien  no quiere la cosa.
  • Desde aquí, en nombre del grupo, vuelvo a agradecer a esta amable pareja su amabilidad y simpatía. 
  • Balbina, Vicente, ¡muchas gracias!
Esto es todo. Una mañana muy cansada por el calor y el terreno pero muy agradable por esa hospitalidad inesperada.



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